Rabat se reinventa con cultura

Rabat ha sido durante décadas la olvidada del gran turismo marroquí. De los diez millones de visitantes que en estos últimos años vienen a Marruecos, pocos se dejan caer por Rabat y prefieren el ambiente medieval de Fez o el toque africano-oriental de Marrakech.


Rabat, ciudad provinciana, sede del gobierno y residencia del rey, esconde sin embargo algunos monumentos sobresalientes de las distintas épocas musulmanas, como la Torre Hassan y el Mausoleo (donde están enterrados los últimos reyes), la Alcazaba de los Udayas (fundada por moriscos españoles reconvertidos en piratas) o la Necrópolis del Chellah, testigo de una historia que comienza por lo menos con los romanos. Sin olvidar los kilómetros de murallas almohades.


Como toda ciudad marroquí, Rabat tiene también su medina, más pequeña y ordenada que la de Fez, menos bulliciosa pero también mucho más apacible, en la que uno puede pasearse sin que los bazaristas acosen al viajero al sonsonete de “barato, barato”.


La capital marroquí ha quedado fuera del pomposamente llamado “circuito de las ciudades imperiales” compuesto por Fez, Meknés y Marrakech, y tal vez por eso ha preservado ese carácter acogedor y amigable que tanto aprecian los cientos de extranjeros que residen aquí trabajando en embajadas y organismos internacionales.


Pero Rabat tiene ambiciones. Concretamente, como dice el ministro de Cultura Amín Sbihi, la ambición de “pasar de ser una ciudad bonita a convertirse en gran metrópoli cultural del Mediterráneo”. Suena rimbombante, pero basta ver el proyecto del Gran Teatro de Rabat, concebido por la afamada arquitecta Zaha Hadid y prometido para fines de 2017, para darse cuenta de que los planes para Rabat son algo más que castillos en el aire.


Teatro de noche. Foto: Javier Otazu


Recreación del teatro de noche. Foto: Cedida por Proyecto Wesal Bouregreg



Este gran teatro, que con su anfiteatro va a poder acoger a 9.000 personas, romperá con sus líneas curvas y sus planos superpuestos la clásica arquitectura visible en los monumentos de Rabat, y su emplazamiento privilegiado, justo debajo de la Torre Hassan y al lado del bello puente sobre el río Buregreg, va a suponer toda una revolución paisajística en la ciudad.


El ministro Sbihi puntualiza que el teatro se hará guardando un equilibrio entre las preocupaciones culturales, económicas y ecológicas. Ecológicas, porque se sitúa en una zona pantanosa al norte de Rabat que nunca había sido urbanizada y que pretende seguir siendo un pulmón de la ciudad; y económicas, porque el teatro ha sido financiado por un fondo de inversión creado entre Marruecos y varios países del Golfo y que no tienen costumbre de hacer beneficencia cultural, sino de extraer beneficios. De ahí que junto al teatro ya se proyecten hoteles y zonas residenciales.


No acaban ahí las ambiciones. En 2018, un año después de inaugurar el Gran Teatro, se prevé fundar un Museo de Ciencias de la Tierra, que recogerá los grandes descubrimientos arqueológicos y paleontológicos, toda una novedad en un país que carece increíblemente de museos de esta índole, pese a la enorme riqueza escondida en su suelo, tanto en patrimonio natural (fósiles) como artístico (vestigios prehistóricos, romanos y de varios periodos islámicos).


Para quien crea que todo esto forma parte de la política-ficción, tal vez convenga recordar que Rabat se ha transformado en los últimos años, dotándose de un tranvía que por sí solo ha cambiado la fisonomía de la ciudad. Con 40 kilómetros de recorrido, el tranvía, de factura francesa, ha unido las ciudades de Rabat y Salé, separadas por el río Buregreg y por varios siglos de vivir de espaldas. Tres años después de su fundación, el tranvía funciona como un reloj suizo, sin señales de deterioro.


Tranvía. Foto: Javier Otazu


Tranvía. Foto: Javier Otazu



Gracias a él, y para que los vagones pudieran cruzar de una ciudad a otra, se construyó sobre el Buregreg un puente de factura moderna, de líneas ligeras, tal vez mucho puente para tan poco río, pero que en cualquier caso ha dado un toque más contemporáneo a la capital. El puente, a su vez, acoge a sus pies un puerto deportivo donde atracan los veleros y las lanchas y donde se puede comer algunos de los mejores pescados de Rabat.


Y en paralelo, la ciudad está a punto de estrenar el Museo de Arte Contemporáneo o el Instituto de Culturas musicales, que pretenden sumar más oferta cultural a una ciudad que tiene la suerte de contar con centros culturales muy activos de varios países europeos y que se permite además dos momentos fuertes en el año: cada junio, el Festival Mawazine de músicas del mundo trae a Rabat ritmos de todas partes del mundo durante una semana en cuatro escenarios diferentes; en septiembre, además, la fortaleza de la Chellah sirve de escenario único para un Festival de Jazz a la sombra de las murallas medievales de adobe.


Rabat, la discreta capital de Marruecos, tiene argumentos para poder soñar. Y por lo visto, dinero para poder hacer de esos sueños realidad.